Un pequeño adelanto de La candidata perfecta

¡Hola, corazones rebeldes!

Ya queda menos para que conozcáis esta historia, y os quiero dejar un pequeño adelanto de lo que podréis leer a partir del 9 de mayo. Espero que os guste 😉

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Prólogo

Londres, 1837

El salón de lord Ferrars estaba abarrotado. La alta sociedad disfrutaba de una entretenida velada con música, baile y conversación. Era la Temporada y, en aquel salón, se estaban planeando numerosas uniones matrimoniales sumamente beneficiosas. Algunas debutantes se presentaban esa noche, a la espera de conocer a un pretendiente adecuado para poder contraer un matrimonio ventajoso.

Entre ellas estaba la joven de dieciséis años Audrey Morgan, una muchacha alta, con una figura curvilínea, cara redonda, ojos azules, y cabello de un tono negro azabache que brillaba a la luz de las velas. No destacaba por su belleza, pero sí por su simpatía e inteligencia.

Aquella noche, Audrey no estaba atrayendo la atención de los jóvenes casaderos que allí se encontraban, a pesar de que se había puesto sus mejores galas. Llevaba un vestido de muselina de color rosa, con escote en forma de uve, encajes en los bordes, y el pelo recogido en un moño alto, con tirabuzones.

Audrey Morgan tenía el estatus social perfecto para encontrar un buen partido. Nacida en Ellis Hall, Sussex, era hija de los marqueses de Clayton. Tenía un hermano mayor, Clive, que se había casado el año pasado, y una hermana menor, Julia, que aún no había debutado. Su familia era respetada y admirada por toda la alta sociedad. Eran ejemplo de virtud y saber estar.

Además de tener una buena posición social, Audrey tenía una habilidad única, que solo conocían sus más allegados. Era una excelente celestina. De hecho, en su corta existencia, ya había sido la precursora de tres uniones. La de su hermano Clive con lady Annabella Hawke, la de su tía Melissa con su tío Arthur, y la de su prima Clare con lord Clivedon.

Ella siempre era la intermediaria. Primero, hacía posible que la futura pareja se conociera, y después hacía de las suyas para que saltara la chispa, ya fuera a través de notas románticas u organizando encuentros fortuitos. Con solo mirar a una persona y a otra, era capaz de saber si estaban hechos el uno para el otro. Por desgracia, todavía no había conseguido encontrar a su alma gemela, y temía que esa noche tampoco iba a lograrlo.

Estaba Audrey sentada en un rincón del salón, junto a su madre y su tía Melissa, rodeada de un grupo variado de mujeres solteras, casadas y viudas. Se dedicaban a conversar sobre las últimas novedades y deslizaban algún que otro rumor sobre alguno de los asistentes. Audrey se estaba aburriendo terriblemente, pero tampoco tenía otra cosa que hacer. Su carné de baile estaba completamente vacío, ningún joven quería bailar con ella, y no porque le faltaran ganas. Le encantaba bailar.

Estaba observando con cierta envidia a las parejas que daban vueltas en la pista de baile, cuando, de repente, el grupo empezó a murmurar. Entonces, vio al fondo de la sala a dos jóvenes caballeros con muy buena planta.

Se quedó hechizada, al igual que el resto de las damas allí presentes. Ambos eran altos, muy apuestos, y rubios, aunque uno de ellos tenía el cabello más oscuro. Estaban charlando con dos jóvenes muy hermosas que no dejaban de sonreírles.

—¿Quiénes son? —preguntó una mujer del grupo.

—Lord Michael Davenport y lord Henry Crawford. El primero, que tiene el pelo más oscuro, es nieto de lord Davenport, duque de Branston, y el segundo es hijo de lord Crawford, marqués de Guildford —contestó lady Greystoke.

Las damas miraron a ambos caballeros con curiosidad.

—Según tengo entendido, a pesar de su buena posición, su vida es una sucesión de escándalos. Digamos que llevan una vida un tanto licenciosa. Muchos padres temen por la virtud de sus hijas cada vez que esos dos aparecen —explicó lady Greystoke.

—Bueno, es natural que dos caballeros jóvenes quieran divertirse un…

©2019, Andrea Muñoz Majarrez. ©2019, Penguin Random House.

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