El espíritu del almendro

Era una soleada tarde de primavera, y el parque estaba lleno de gente. Los niños correteaban y jugaban entre risas y griterío.

En un rincón del lugar habitaba un precioso almendro que ya había florecido. Era un árbol enigmático y solitario que albergaba un misterio que nadie había conseguido resolver, y que formaba parte de la leyenda popular.

Un espíritu vivía en él desde hacía siglos. Era de carácter bromista y travieso; gustaba de gastar bromas y burlarse de los inocentes mortales. Este conocía los miedos y los anhelos de todo aquel que se acercaba, y usaba esos conocimientos para hacer alguna de las suyas.

Durante gran parte de la tarde, el espíritu había estado quieto, pues nadie se había acercado al almendro. La melancolía empezó a apoderarse de él ante la posibilidad de no divertirse, hasta que vislumbró a un joven con un libro en la mano, que se acercaba con cierta parsimonia. Este se sentó a su sombra, abrió el ejemplar, y fijó sus ojos en sus páginas.

Al mismo tiempo, otra joven se acercó al almendro.
También llevaba un libro en la mano y se puso justo al lado contrario, sin percatarse de la presencia del otro mortal.

El espíritu sonrió al pensar en lo mucho que se divertiría. Movió las ramas, y unos pétalos cayeron sobre ellos, haciendo que apartaran la vista del libro.

Como no se asustaron, el espíritu movió las raíces, provocando que los dos se levantaran. Sus libros cayeron al suelo, y miraron a su espalda, tratando de averiguar quién los había empujado.

Entonces, sus miradas se encontraron, y todo lo demás desapareció. Se alejaron del almendro caminando juntos y el espíritu sonrió. Ya había cumplido su misión: Ayudar a los mortales a encontrar el amor verdadero.

©2020, Andrea Muñoz Majarrez

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